Cuando Liesel dejó de llorar y se
levantó, Rudy le pasó el brazo por el hombro, como sólo lo hace el mejor amigo,
y siguieron caminando. No hubo petición de beso ni nada por el estilo.
Considéralo adorable, si te apetece.
Pero no me rompas los huevos.
Eso era lo que estaba pensando,
aunque no se lo dijo a Liesel. Sólo se lo confesó cerca de cuatro años después.
Por el momento, Rudy y Liesel
caminaban por Himmelstrasse bajo la lluvia.
Él era el chalado que se había
pintado de negro y había desafiado al mundo.
Ella, la ladrona de libros sin
palabras.
Pero créeme, las palabras estaban
de camino, y cuando llegaron, Liesel las sujetó entre las manos como si fueran
nubes y las escurrió como si estuvieran empapadas de lluvia.
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Rudy vio a Deutscher pasearse por
la acera de Münchenstrasse con unos amigos y sintió la necesidad de arrojarle
una piedra. Tal vez te preguntes en qué narices estaba pensando. La respuesta
es: seguramente en nada. Lo más probable es que adujera estar ejerciendo su
derecho inalienable a ser estúpido. Eso o que sólo de ver a Franz Deutscher le
venían unas ganas irrefrenables de machacarlo.
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Rosa jamás le habló a Hans de esos
momentos, pero Liesel creía que esas oraciones ayudaron a su padre a sobrevivir
al accidente de la LSE en Essen. Y si no fueron de ayuda, tampoco le hicieron
daño a nadie.
La ladrona de libros-Markuz Zusak.