viernes, 25 de noviembre de 2016

Las chicas están de vuelta.
Un segundo pensamiento seguía siempre al primero, un misterio engendraba otro: todas las demás personas, ¿estaban realmente tan vivas como ella? Por ejemplo, ¿era su hermana tan importante, tan valiosa para sí misma como Briony era para Briony? (...) ¿Tenía también su hermana un yo real escondido detrás de una ola que rompe, y dedicaba tiempo a pensar en ello, con un dedo alzado ante la cara? ¿Lo tenía todo el mundo, incluso su padre, y Betty, y Hardman? Si la respuesta era sí, entonces el mundo, el mundo social, era insoportablemente complicado, con dos mil millones de voces, y los pensamientos de cada cual luchando por poseer igual importancia, y todo el mundo reclamando intensamente el mismo derecho a la vida, y todos pensando que eran seres únicos, cuando nadie lo era. Uno podía ahogarse en la intrascendencia. Pero si la respuesta era no, entonces Briony estaba rodeada de máquinas, inteligentes y agradables por fuera, pero desprovistas de la viva y privada sensación interior que ella tenía. Aquello era algo siniestro y solitario, además de increíble. Pues aunque ofendiese a su sentido del orden, sabía que era abrumadoramente probable que todo el mundo tuviera pensamientos como los suyos. Lo sabía, pero sólo en términos de estéril teoría; en realidad no lo sentía.

Expiación- Ian Mc Ewan.
Pero cajones secretos, diarios bajo llave y sistemas criptográficos no le ocultaban a Briony la sencilla verdad: que no tenía secretos. Su anhelo de un mundo organizado y armonioso le denegaba las posibilidades temerarias de una mala conducta. El tumulto y la destrucción eran, para su gusto, demasiado caóticos, y en su talante no había crueldad. Su estatuto, en la práctica, de hija única, y el relativo aislamiento de la casa Tallis, al mnos durante las largas vacaciones del verano, de las intrigas femeniles con amigas. Nada en su vida era lo bastante interesante o vergonzoso para merecer un escondrijo; nadie sabía lo de la calavera de ardilla debajo de su cama, pero nadie quería saberlo (...).

Expiación- Ian McEwan

martes, 22 de noviembre de 2016

Todo está tan lejos y tan cerca. Una simple pared fina como un espejo separa el mundo de hoy del mundo de ayer. No hablo de la nostalgia. Esa pena desamparada nunca me causó placer. Hablo de sustancia, de sensaciones, de la parte más lógica de mi vida.
Algo me fue dado, algo me fue quitado. Lo que está definitivamente ausente de mi infancia: haber tenido un padre, haber crecido al lado de él en la dulzura del hogar familiar. Sin nostalgia y sin extraordinaria ilusión sé que esto me faltó. Cuando un hombre, día tras día, mira cambiar la luz en el rostro de la mujer que ama, cuando espía cada resplandor furtivo de su hijo. Todo esto, que jamás ningún retrato ni ninguna foto podrá captar.
Pero me acuerdo de todo lo que recibí cuando llegué por primera vez a África: una libertad tan intensa que me quemaba, me embriagaba y la gozaba hasta el dolor.
No quiero hablar de exotismo; los niños son absolutamente ajenos a este vicio. No porque vean a través de los seres y de las cosas, sino porque, justamente, sólo ven eso: un árbol, un hueco en la tierra, una colonia de hormigas constructoras, una banda de chicos turbulentos en busca de un juego, un viejo de ojos nublados que tiende una mano descarnada, una calle en un pueblo africano un día de mercado, eran todas las calles de todos los pueblos, todos los chicos, todos los árboles y todas las hormigas. Ese tesoro está siempre vivo en el fondo de mí y no puede ser extirpado. Mucho más que de simples recuerdos, está hecho de certezas.

El africano-J.M.G. Le Clézio.
(...) No recuerdo lo que ella nos decía, a mi hermano y a mí, cuando nos hablaba del país donde había vivido con mi padre, donde debíamos volver algún día. Sólo sé que, cuando mi madre decidió casarse con mi padre e ir a vivir a Camerún, sus amigas parisienses le dijeron: "¿Cómo, entre los salvajes?", y que ella, después de todo lo que mi padre le había contado, sólo pudo contestar: "¡No son más salvajes que la gente de París!".

El africano- J.M.G. Le Clézio.

lunes, 21 de noviembre de 2016

(...) Lo mejor en la vida, me decía siempre, se vive una noche y desaparece con el día. Ono, eso que la gente llama el mundo flotante, es un mundo que Gisaburo sabía apreciar muy bien.

Un artista del mundo flotante- Kazuo Ishiguro.
Pero está visto que todos tenemos nuestra propia idea de nosotros mismos, y si bien la modestia del Tortuga le impidió disimular su carácter tímido, no le inhibió en absoluto a la hora de atribuirse un aire noble e intelectual del que yo no tengo constancia. Ahora bien, para ser justos, no recuerdo a ningún colega que se hiciese un autorretrato con total honradez. Por muy fiel y detalladamente que uno quiera plasmar la imagen que de sí mismo ve en el espejo, la personalidad que queda representada corresponde pocas veces a la realidad que ven los demás.

Un artista del mundo flotante- Kazuo Ishiguro.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Ahí empecé a enterrar a mi madre y a sus sueños rojos. A la fugaz estrella de su vida y a la omnipresente estela de su ausencia.

Aparecida-Marta Dillon.