jueves, 29 de diciembre de 2016

La condesa movió la cabeza de un lado a otro y suspiró.
-¡Oh, lo sé, lo sé! Pero siempre que no oigan nada desagradable. La tía Welland me lo dijo con esas mismas palabras cuando intenté... ¿Es que aquí nadie quiere saber la verdad? ¡La verdadera soledad consiste en vivir entre toda esa gente encantadora que sólo te pide que finjas!- se llevó las manos al rostro, y el joven vio cómo se estremecían en un sollozo sus delgados hombros.
-¡Madame Olenska!... ¡Oh, Ellen, no!- exclamó, levantándose e inclinándose sobre ella.
Tiró hacia abajo de una de sus manos, apretándola y acariciándola como si fuera la de una niña, mientras murmuraba palabras tranquilizadoras; pero ella se liberó enseguida, mirándole a través de las húmedas pestañas.
-¿Es que aquí tampoco llora nadie? Supongo que en el cielo no hace falta-dijo, enderezándose los tirabuzones sueltos mientras rompía a reír y se inclinaba sobre la tetera.

La edad de la inocencia- Edith Wharton.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Abuelito dime tú