viernes, 30 de agosto de 2013

"Había un viejo liberto que corría muy de mañana de una encrucijada a otra, sin haber bebido, con las manos bien limpias, rezando de esta manera: 'Líbrame a mí, a mí solo, de la muerte. Y añadía: '¿Qué tiene eso de extraordinario?' De sus ojos y de sus oídos estaba sano, pero si su amo lo hubiese vendido, a menos que fuese un amigo de pleitos, hubiera exceptuado la cabeza.

Sátira III, libro II-Horacio. 

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