miércoles, 24 de julio de 2013

-Qué buena chica eres, Amy -dijo Jo, que miró con arrepentimiento su estropeado atuendo y, luego el impoluto vestido de su hermana. -¡Ojalá me costase tan poco como a ti hacer pequeñas cosas por los demás! Yo pienso en ello, pero me parece que me roba demasiado tiempo y siempre acabo prefiriendo esperar a poder hacer un gran favor que compense todos los pequeños que no hago. Pero creo que los pequeños detalles se agradecen más.
Amy sonrió, aplacada por las palabras de su hermana, y dijo en tono maternal:
-Las mujeres deben aprender a ser agradables, sobre todo las que somos pobres, porque no disponemos de otro modo de devolver los favores que nos hacen. Si lo recuerdas y lo pones en práctica, todo el mundo te querrá más que a mí, porque tú tienes mucho más que ofrecer.
-Yo soy una vieja refunfuñona y no creo que deje de serlo nunca. Pero entiendo que tienes razón. Es solo que a mí me resulta más fácil arriesgar la vida por alguien que ser amable con una persona cuando no me sale del corazón. Tener sentimientos tan profundos es una desgracia, ¿no te parece?
-Lo verdaderamente malo es no poder ocultarlos. A mí, el joven Tudor me desagrada tanto como a ti, pero no tengo necesidad de hacérselo notar. Tú tampoco deberías. No tiene sentido ser desagradable porque el también lo sea.
-Pero yo creo que una joven debe dejar en claro que un muchacho le desagrada. ¿Y cómo va a notarlo él si no es por el trato que le dispensa? (...)
-Si fuésemos mujeres muy bellas o de buena posición, tal vez podríamos influir en los demás, pero que nosotras le frunzamos el entrecejo a un caballero porque no aprobamos su comportamiento no producirá ningún efecto y solo conseguiremos que nos consideren raras o puritanas.
-¿Quieres decir que tenemos que aceptar las cosas y a las personas que detestamos porque no somos unas bellezas ni millonarias? ¡Bonito sentido de la moral!
-No es que esté de acuerdo, pero así funciona el mundo. Y la gente que va a contracorriente solo consigue que los demás se burlen de sus penas. No me gustan los reformistas y espero que no pretendas convertirte en una.
-Pues a mí sí me gustan y me encantaría unirme a ellos si pudiera porque, por mucho que los demás se mofen, el mundo no avanzaría sin su ayuda. No podemos ponernos de acuerdo porque tú perteneces a la vieja escuela, y yo a la nueva. Es posible que tú consigas mejores cosas, pero yo viviré una vida más plena. Y estoy segura de que disfrutaré mucho más que tú.
-Bueno, ahora haz el favor de comportarte y no molestar a la tía con tus ideas modernas.
-Lo intentaré, pero cuando la veo me cuesta controlar el deseo de lanzar una arenga revolucionaria. Es mi sino, no lo puedo evitar.

Mujercitas- Louisa May Alcott.

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