miércoles, 15 de mayo de 2013

Mi objetivo al escribir las páginas que siguen no fue simplemente entretener al lector, ni tampoco proporcionarme un placer, y menos aún congraciarme con la prensa y el público. Deseaba decir la verdad, porque la verdad siempre comunica su propia moral a aquellos que son capaces de aceptarla. Pero como con demasiada frecuencia el tesoro inapreciable se esconde en el fondo del pozo, se necesita valor para bucear en su búsqueda, sobre todo porque el que lo hace atraerá sobre sí probablemente más desprecio e inquina por el fango y el agua en los que se ha atrevido a sumergirse, que agradecimiento por la joya que encuentre; de la misma manera que quien asume la tarea de limpiar el apartamento de un soltero descuidado recibirá más insultos por el polvo que levante que elogios por la limpieza que realice. No se piense, sin embargo, que me considero competente para enmendar los errores y abusos de la sociedad, sino sólo humildemente deseosa de hacer mi pequeña contribución a tan noble empresa, y si pudiera conseguir de alguna manera que se me escuchara, preferiría susurrar al oído del público unas cuantas verdades saludables que un montón de estúpida blandenguería.

Anne Brontë 22 de julio de 1848.

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