sábado, 21 de mayo de 2011

Debía alargar el brazo y encontrar aquella cosa.
Era fácil pensar esto, pero difícil hacer acopio de valor para intentarlo. Tres veces extendió la mano en la oscuridad, pero la apartó de repente con un estremecimiento, no por haber encontrado nada, sino porque sentía la seguridad de que iba a encontrarlo. Mas la cuarta vez tocó un poco más lejos y su mano resbaló sobre algo suave y caliente. Esto le dejó casi petrificado de espanto. Su espíritu se hallaba en tal estado, que no podía imaginar que aquello fuera otra cosa que un cuerpo recién muerto y no frío aún. Díjose que sería mejor morir que tocarlo otra vez; pero se le ocurrió este equivocado pensamiento porque no conocía la fuerza inmortal de la curiosidad humana.
(...)
A lo lejos aullaban los perros, se quejaban melancólicamente las vacas y los vientos seguían rugiendo, en tanto que furiosos aguaceros caían sobre el tejado; pero la Majestad de Inglaterra siguió durmiendo imperturbable, y otro tanto hizo la ternera, que era un animal sencillo y no se dejaba turbar fácilmente por las tempestades ni se preocupaba por dormir con un rey.

Cuando despertó el rey a la mañana siguiente se encontró con que una rata mojada, pero precavida, se había colocado en el granero durante la noche y junto a su mismo pecho se había procurado una confortable cama. Al verse perturbada en su reposo se escapó corriendo. Eduardo sonrió y dijo:
-¡Pobre tonta! ¿Por qué tienes tanto miedo? Yo estoy tan desamparado como tú. Sería una infamia en mí dañar a los desvalidos, cuando tan desvalido estoy yo. Además, te debo agradecimiento por el buen agüero, porque cuando un rey ha caído tan bajo que las mismas ratas toman por cama su cuerpo, eso significa de seguro que su suerte va a cambiar, puesto que es evidente que no puede descender más.

Príncipe y Mendigo- Mark Twain.

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