La niña admiró y alabó su obra, y poco después se marchó, pensando, por el camino, en lo extraño que era que aquel anciano, que extraía de sus trabajos y de cuanto lo rodeaba una moral tan austera, no se la aplicara a sí mismo y que, mientras disertaba sobre lo aleatorio de la vida humana, pareciera considerarse a sí mismo, en palabra y obra, poco menos que inmortal. Pero sus cavilaciones no se detuvieron allí, pues era lo suficientemente lista para pensar que, por un designio misericordioso de la naturaleza, tal era el predicamento de los humanos y que el viejo sepulturero, con sus planes para el verano siguiente perfectamente trazados, era el prototipo mismo de la humanidad en su conjunto.
La tienda de antigüedades-Charles Dickens.
martes, 8 de marzo de 2016
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Abuelito dime tú