HERMIA: Buen día, bella Helena, ¿a dónde vas?
HELENA:
¿Bella, dices? Retira esa palabra.
Demetrio se prendió de tu belleza.
¡Oh, dichosa belleza! Son tus ojos
las estrellas que le sirven de guía
y le es más musical tu dulce aliento
que al pastor es el canto de la alondra
cuando el trigo está verde todavía
y asoman los capullos del espino.
La enfermedad es contagiosa. ¡Oh!
Ojalá que lo fueran los encantos;
porque si fuera así, antes de irme,
hermosa Hermia, me contagiaría
de los tuyos: mi oído, de tu voz,
mis ojos de tus ojos, y mi boca
de la música dulce de tu boca.
Si el mundo fuera mío, yo daría,
exceptuando a Demetrio, todo el resto
con tal de verme transformada en ti.
Oh, Hermia, enséñame cómo lo miras,
y el arte con que te has enseñoreado
del alma de Demetrio.
HERMIA: Yo lo miro
ceñuda, pero igual me sigue amando.
HELENA: Si tu ceño enseñara a mi sonrisa...
HERMIA: Yo le echo maldiciones; él me ama.
HELENA: ¡Si mis ruegos lograran tal efecto...!
HERMIA:Y cuanto más le odio, más me sigue.
HELENA: Y cuanto más lo quiero, más me odia.
Sueño de una noche de verano-William Shakespeare.
viernes, 24 de enero de 2014
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