HERMIA: Buen día, bella Helena, ¿a dónde vas?
HELENA:
¿Bella, dices? Retira esa palabra.
Demetrio se prendió de tu belleza.
¡Oh, dichosa belleza! Son tus ojos
las estrellas que le sirven de guía
y le es más musical tu dulce aliento
que al pastor es el canto de la alondra
cuando el trigo está verde todavía
y asoman los capullos del espino.
La enfermedad es contagiosa. ¡Oh!
Ojalá que lo fueran los encantos;
porque si fuera así, antes de irme,
hermosa Hermia, me contagiaría
de los tuyos: mi oído, de tu voz,
mis ojos de tus ojos, y mi boca
de la música dulce de tu boca.
Si el mundo fuera mío, yo daría,
exceptuando a Demetrio, todo el resto
con tal de verme transformada en ti.
Oh, Hermia, enséñame cómo lo miras,
y el arte con que te has enseñoreado
del alma de Demetrio.
HERMIA: Yo lo miro
ceñuda, pero igual me sigue amando.
HELENA: Si tu ceño enseñara a mi sonrisa...
HERMIA: Yo le echo maldiciones; él me ama.
HELENA: ¡Si mis ruegos lograran tal efecto...!
HERMIA:Y cuanto más le odio, más me sigue.
HELENA: Y cuanto más lo quiero, más me odia.
Sueño de una noche de verano-William Shakespeare.
viernes, 24 de enero de 2014
jueves, 23 de enero de 2014
sábado, 4 de enero de 2014
Pero no me rompas los huevos.
Eso era lo que estaba pensando,
aunque no se lo dijo a Liesel. Sólo se lo confesó cerca de cuatro años después.
Por el momento, Rudy y Liesel
caminaban por Himmelstrasse bajo la lluvia.
Él era el chalado que se había
pintado de negro y había desafiado al mundo.
Ella, la ladrona de libros sin
palabras.
Pero créeme, las palabras estaban
de camino, y cuando llegaron, Liesel las sujetó entre las manos como si fueran
nubes y las escurrió como si estuvieran empapadas de lluvia.
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Rudy vio a Deutscher pasearse por
la acera de Münchenstrasse con unos amigos y sintió la necesidad de arrojarle
una piedra. Tal vez te preguntes en qué narices estaba pensando. La respuesta
es: seguramente en nada. Lo más probable es que adujera estar ejerciendo su
derecho inalienable a ser estúpido. Eso o que sólo de ver a Franz Deutscher le
venían unas ganas irrefrenables de machacarlo.
Rosa jamás le habló a Hans de esos
momentos, pero Liesel creía que esas oraciones ayudaron a su padre a sobrevivir
al accidente de la LSE en Essen. Y si no fueron de ayuda, tampoco le hicieron
daño a nadie.
La ladrona de libros-Markuz Zusak.
Íñigo Montoya: -No pretendo ser curioso, ¿pero no tendréis, por casualidad, seis dedos en vuestra mano derecha?
Pirata Roberts: -¿Siempre empezáis así una conversación?
(...)
Íñigo Montoya: -Parecéis un hombre decente, lamentaré mataros.
Pirata Roberts:- Vos también lo parecéis, lamentaré morir.
(...)
Pirata Roberts: -¿Por qué sonreís?
Íñigo Montoya: -Porque sé algo que vos no sabéis.
Pirata Roberts: -¿De qué se trata?
Íñigo Montoya: -Que no soy zurdo.
Pirata Roberts: -Sois asombroso.
Íñigo Montoya:-Lógico, después de veinte años...
Pirata Roberts: -Debo confesaros una cosa.
Íñigo Montoya: -Decidme.
Pirata Roberts: -Que tampoco soy zurdo.
viernes, 3 de enero de 2014
jueves, 2 de enero de 2014
Después de comer, Hans todavía permaneció sentado a la mesa un rato, en silencio. ¿En verdad era un cobarde como su hijo había asegurado de manera tan descarnada? Así se había considerado a sí mismo en la Primera Guerra Mundial. De hecho, a ello atribuía su supervivencia. Entonces, ¿se es cobarde por sentir miedo? ¿Se es cobarde por alegrarse de seguir vivo?
La ladrona de libros-Markus Zusak.
La ladrona de libros-Markus Zusak.
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