El lector se arrodilla como el arqueólogo, trepa escalera como el
restaurador, fortalece músculos con el diccionario de María Moliner,
huronea de tomo en tomo. Lee de pie y escarba en librerías, sufriendo la
melancólica anemia de su bolsillo, el despiste de los libreros y la
necesidad del ángel que lo aliente para desmalezar la selva de los
libros chatarra.
Lo creíamos sedentario y en realidad es un atleta,
comparado con prójimos que sortean estas gimnasias y se solidifican en
ángulo recto frente a las pantallas...
María Elena Walsh.
miércoles, 10 de febrero de 2016
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