Fue el mejor y el peor de los tiempos; la era de la sensatez y de la necedad; la época de la fe y de la incredulidad; la hora de la luz y de las tinieblas. Fue la primavera de la esperanza y el invierno futuro de la desesperación; todo el futuro era nuestro y no teníamos futuro alguno; todos íbamos derechos al cielo y todo íbamos en sentido contrario. En resumen: aquella época fue tan parecida a la actual, que algunas de sus personalidades más características y vocingleras insistieron en que, tanto en lo bueno como en lo malo, sólo se le aplicasen los calificativos extremos.
Por aquel entonces, en el trono de Inglaterra, había un rey de gran mandíbula y una reina fea, y, en el trono de Francia, un rey de gran mandíbula y una reina hermosa. (...)
Además, y bajo la dirección de sus sacerdotes cristianos, se entretenía en pasatiempos tan humanos como el de condenar a un joven que le fueran cortadas las manos y arrancada la lenguacon pinzas y, finalmente, a ser quemado vivo, por no haberse arrodillado, un día lluvioso, al paso de una enlodada procesión de monjes que desfilaban al alcance de su vista y a unas cincuenta o sesenta yardas de él. Es bastante probable que, cuando este desgraciado fuera llevado así a la muerte, estuvieran creciendo en los bosques de Francia y Noruega los árboles que un leñador, el destino, había ya señalado para ser abatidos y aserrados en tablones, con el fin de construir cierta armazón desmontable, provista de cuchilla y saco, que sería terrible en la historia. Es bastante probable queel mismo día del suplicio, bajo los porches rústicos de algunas casas campesinas, en los alrededores de París, se encontraran resguardadas del mal tiempo las rudas carretas salpicadas del lodo rural, hociqueadas por los cerdos y utilizadas por las aves del corral para dormir, que un labrador, la muerte, había ya escogido para que fueran los carros chirriantes de la revolución. Pero aquel leñador y aquel labrador, aunque trabajaban incesantemente, lo hacían en silencio, y nadie se puso a escuchar el ir y venir de sus pisadas amortiguadas; más bien al contrario, pues albergar la más pequeña sospecha de que estuvieran activos significaba ser ateo y traidor.
Charles Dickens- Historia en dos ciudades.
jueves, 3 de noviembre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Abuelito dime tú