Comenzó el grave negocio del vestido, y un cortesano tras otro fueron arrodillándose para rendir homenaje y ofrecer al niño rey su pésame por la irreparable pérdida, mientras seguían vistiéndole. Al principio el primer escudero del servicio tomó una camisa, que pasó al primer lord de las jaurías, quien la pasó al segundo caballero de cámara, quien la pasó al guarda mayor del bosque de Windsor, quien la pasó al tercer lacayo de la Estola, quien la pasó al canciller real del ducado de Lancáster, quien la pasó al jefe del guardarropa, quien la pasó a uno de los heraldos jefes, quien la pasó al condestable de la Torre, quien la pasó al mayordomo jefe de servicio, quien la pasó al gran mantelero hereditario, quien la pasó al lord gran almirante de Inglaterra, quien la pasó al arzobispo de Cantorbery, quien la pasó al primer lord de la cámara; el cual tomó lo que quedaba de ella y se lo puso a Tom. (...)
Cada prenda a su vez tuvo que pasar por este lento y solemne camino, y Tom se aburrió de lo lindo con la ceremonia. Tanto se aburrió que experimentó un sentimiento casi de gratitud cuando al fin vio que sus largas medias de seda comenzaban a bajar a lo largo de la línea, y se dijo que se aproximaba el fin del asunto. Pero se alegró demasiado pronto. El primer lord de la cámara recibió las medias, y se disponía a cubrir con ellas las piernas de Tom, cuando asomó a su rostro un rubor repentino y apresuradamente las devolvió en manos del arzobispo de Cantorbery, con expresión de asombro, y susurró: -Mirad, milord-señalando algo relacionado con las medias. El arzobispo palideció, se puso colorado y pasó las medias al lord gran almirante, cuchicheando: -Mirad, milord.- Las medias volvieron a recorrer toda la fila, pasando por el primer mayordomo del servicio, el condestable de la Torre, uno de los tres heraldos, el jefe del guardarropa, el canciller real del ducado de Lancáster, el tercer lacayo de la Estola, el guarda mayor del bosque de Windsor, el segundo caballero de cámara, el primer lord de las jaurías-siempre con el acompañamiento de la frase de asombro y susto: -Mirad, milord, -hasta que finalmente llegaron a manos del primer escudero del servicio, quien miró (...) y susurró con bronca voz: -¡Por mi vida! ¡Que se ha escapado un punto!
Príncipe y Mendigo-Mark Twain.